En un futuro tan lejano, pero tan lejano, que parecería, ¿o lo era?, Cosa del pasado
Por: Rafael Gómez Llinás.
Con el convencimiento de que ya todo estaría dicho y explicado, tratarían de despedirse de los personajes imponentes, resplandecientes, ataviados de blanco con los que se reunieran al interior de esa gigantesca estructura geodésica, pero inexplicablemente ya no estaban. Y mucho menos la mesa de cristal de grafeno y la enorme pantalla del sofisticado ordenador cuántico en donde estos personajes le explicaran a Radha y a sus acompañantes con imágenes tridimensionales, los desfases del tiempo al interior de una "Línea Negra", que delimitaba el enigmáticamente llamado por ellos, "Circulo de Pensamiento del Corazón" de un mundo distinto, y todo súbitamente comenzaría a desaparecer.
La escala de esto de todas formas desafiaría toda comprensión. La concepción espacio temporal acostumbrada por ellos, y su secuencia lineal fue rota cuando inexplicablemente todo el panorama cambiara y se vieran a sí mismos en un espacio muy lejano en el cosmos, traspasando la frontera del círculo de la llamada por las personas de blanco, "Línea Negra", y de repente, se encontraran caminando hacia el interior de un mundo fantástico situado a millones de kilómetros de su planeta, y millones de años alejado del punto de encaje de su vida en el tiempo.
Y solamente porque ese era el propósito de su misión, muy sorprendidos y con mucha curiosidad, seguirían adelante. (1)
Ya el ambiente era distinto, y el inmenso domo y todo lo demás había desaparecido. Ahora lo que veían era un espacio confinado en un enmohecido y desgastado muro circular de piedras con los extremos de su amplia curvatura perdidos en una apretada y exuberante floresta que lo rodeaba, al que debían treparse para ingresar. Y así lo hicieron. Sentirían entonces, la impresión de estar entrando nuevamente, sin ser igual, al lugar en donde ya habían estado un momento antes con aquellos personajes de blanco.
Después en el andar, la sorpresa sería mucho más grande. Cuando pisaron el suelo al interior de ese muro circular de piedras, en contraste con la hierba húmeda de afuera, ¡este suelo era cálido! La sensación al tocarlo fue como si pisaran la arena de una playa en una mañana soleada, un fenómeno inexplicable a esas alturas casi de paramo y a esas horas altas de la noche, y animados por eso, caminarían muy despacio en su interior en medio de una floresta tupida, llena de aromas y de diferentes alturas, que como sombras vivas en medio de la noche les hablaran con el rumor de su follaje, y los rodearan rozándolos como si los guiaran en el andar por el estrecho sendero. Lo hicieron sin premura. Poniendo más atención en el presente. En los detalles. Miraron, y a su alrededor” vieron” lo que allí sucedía y sospecharon que algo inusual estaba pasando: La floresta que los rodeaba, se había engrosado. Se veía más tupida, agreste y enmarañada. Unas coloridas flores grandes como palmeras que no estaban antes allí se asomaban de repente como jugando al escondido detrás de unos colosales árboles plantados en un suelo humeante, y el ruido del ambiente era distinto. Se oían, y ellos los oyeron claramente, unos rugidos extraños en la lejanía y unos cantos de pájaros que se presagiaban antediluvianos e inmensos como del tamaño de una catedral, y sintieron sin moverse de su sitio los olores y el peso de la vida de un planeta insipiente y virginal, y la lejanía inalcanzable, el extravío de sus propios cordones umbilicales, ese hilo primordial, y se asustaron. Se presintieron perdidos en un tiempo muy antiguo y olvidado, pero Radha y sus acompañantes no se darían cuenta que en realidad se adelantaban al futuro. Un futuro tan lejano, pero tan lejano, que en verdad pareciera, ¿o lo era? cosa del pasado…
De golpe, se abriría un espacio, un claro en el plantío, y en medio de este, aparecerían un par de domos a escala humana que se antojaban a la vista difusa de la noche como un par de formidables animales prehistóricos, dos enormes paquidermos del paleolítico con un pelaje de paja reseca por el paso infinito del viento y del tiempo, aparecidos de repente de mundos desconocidos y de otro tiempo echados allí, como sumergidos o atascados por alguna razón desconocida de la mitad de su cuerpo hacia abajo, en ese mar de energía palpitante en esa tierra llena de vida.
Radha y sus acompañantes entrarían por fin, a lo que después, mucho después, sabrían que era la mítica Kankurua de Makuoro. (templo o casa ceremonial). Su espacio interior, su base, era perfectamente redonda. Y su alzada en forma de domo, coronada por una abertura circular rodeada de palos que miraban hacia el cielo nocturno cual antenas abiertas al cosmos, o del despunte hacia otras Kankuruas en otros mundos y dimensiones opuestas como quizás realmente lo eran, le daban una rara apariencia ventral.
Un sentimiento de recogimiento y respeto los embargó y sintieron al interior de ese vientre, en esa esfera de ambas polaridades, la liviandad del comienzo de la vida y el peso de su final, pero extendidos más allá de los límites de ese piso polvoriento en donde se hallaban parados, con la clara certeza de que este suelo no era el principio de ese extraño espacio, como tampoco su alzada era su final.
Lo sintieron tal y como en medio de la atmosfera mágica de ese mismo antiquísimo ritual, se lo afirmaran casi a su final, los Mamos de esa Montaña Sagrada que conocen y viven por su “ley de origen”, la condición de “Supersimetría” de todo en el universo, y por reflejo holístico el de la “Simetría bilateral” en el cuerpo de todos los seres vivos:
“La Kankurua, la casa ceremonial, es como todo el mundo conocido… Como el mundo de lo tangible… Como la vida. El piso de ella es como el límite, la frontera entre lo existente y lo no existente". "Debajo de ese piso hay otra Kankurua invertida que es como un reflejo hacia abajo, hacia los mundos opuestos, como los de la muerte, de la Kankurua que está hacia arriba… La que está hacia este mundo de la vida… Hacia el mundo de lo existente... Y todo lo que sucede aquí en la Kankurua de este lado, la que está en el mundo de la existencia, sucede de igual forma y al mismo tiempo, en la que está hacia abajo. La del otro lado. La del mundo de la NO existencia”.
O también, como se los asegurara el Mamo Seukukui en algún momento de esa extraña palabreada nocturna golpeando fuerte con su pie izquierdo el piso polvoriento y oscuro, señalando con firmeza la cúspide de la Kankurua de Makuoro:
"¡La Kankurua de este mundo, el que se ve aquí donde estamos, tiene encima de ella, hacia arriba, o sea en las dimensiones de este lado, hacia el espacio, “nueve” Kankuruas que no se ven! ¡Pero que existen!
Y hacia abajo, hacia el mundo de las dimensiones opuestas, “nueve” Kankuruas invertidas que están en el mundo de aquí abajo, y que también están, en el que está debajo de todos aquellos nueve mundos que están debajo”…
Como si de alguna manera el Mamo Seukukui con esos golpes fuertes al piso de la Kankurua de Makuoro, hubiera querido romper la frontera liminal que, según ellos, como un “espejo” multidimensional, o inter dimensional, separaría las dimensiones de mundos paralelos y como ya sabemos, también por demás opuestos y simétricos. O si al señalar con firmeza hacia la parte alta de la Kankurua, quisiera penetrar el punto de gran unificación en donde nace y se expande el universo: Tanto hacia este lado de la existencia, como el que se encuentra y se expande en sentido contrario, al otro lado de ese agujero sin tiempo, de infinita gravedad y de unificación de todas las leyes de la física, que separa a la materia de la antimateria. A la luz de la oscuridad. A la vida de la muerte y esta a su vez de una nueva vida… A un Universo de otro y su dualidad. O quizás querría indicar la representación de la escalera helicoidal del genoma de la vida, que resuena con la infinita expansión y contracción Toroidal del Universo. ¡O todas ellas al mismo tiempo para mostrar con claridad y sabiduría el sentido holístico de toda la creación!
O tal vez, el Mamo Seukukui pretendía también mostrar allí, la existencia simbólica de nueve universos (o nueve Kankuruas) situados más arriba e igual más abajo, de esos universos incomprensibles e infinitamente “grandes” repetidos por siempre unos dentro de otros como gigantes dentro de otros gigantes, que los Hermanos Mayores sabrían desde tiempos inmemoriales estarían amarrados desde siempre y para siempre en esa “novena esfera” a la completitud del número nueve: Al cuadrado de la velocidad de la luz: O sea a E = M. C2. O lo que es lo mismo: a ¡E= M. (90.000.000.000 km./seg)!
Y que curiosamente, cualquiera que fuesen los números de las medidas de todo lo existente, inclusive los de la grandeza de los pensamientos, siempre estarían dependiendo de esa constante cosmológica determinada por ese número nueve, amarrado por siempre a “once” magnitudes escalares que determinarían la velocidad de la luz:
90.000.000.000 Km. / Sg: ¡A esas once dimensiones! Lo estarían, en una unión indisoluble, en la que esas once dimensiones que contienen absolutamente todo lo existente en el universo, siempre se multiplicarán por esa
constante cosmológica del cuadrado de la velocidad de la luz, con una resultante final en la sumatoria de todas sus expresiones cuando se hicieren “una sola unidad” al interior del Campo Unificado y trascendente, en la vibración del número
“NUEVE”: numeración que es y siempre será, la resonancia última de la velocidad de la luz, cuna del espacio - tiempo y así de los avatares de la realidad y la vida.
Modelos matemáticos recreados de la expansión del Universo: Stephen W. Hawking.
En todo este episodio de contrastes extremos; de luz y de sombra; ambientes distintos y opuestos; de separaciones en distancias siderales en tiempos y espacios, solamente había algo muy en común: ¡Las personas de blanco que les habían explicado un momento antes en aquel planeta lejano los desfases del tiempo en aquel gigantesco domo eran las mismas que se encontraban en la oscuridad de esta estancia! Solo que en ese espacio en penumbras, oloroso a paja, tierra seca, humo de leña y tiempo detenido, Radha y sus acompañantes a diferencia de la luminosidad y pureza del espacio anterior, los percibirían esta vez como unas siluetas fantasmagóricas que entre luces y sombras vistas en distancias de vida y de muerte, se dibujaban difusas e imprecisas detrás de una chispeante fogata de leñas que marcaba el centro de ese espacio ceremonial: Eran las figuras imponentes, irreales, de los Mamos Serankua, Seukukui y Menjabin, esos mismos enigmáticos personajes vestidos de blanco de aquel planeta lejano, pero que sentados esta vez en sillares de piedra alrededor de ese fuego, eterno símbolo de la existencia y en silencio, cerraban con actitud mística y tranquilidad, el espacio en el que se haría esa reunión. ¡Los estaban esperando!
Entonces Radha, pero ya transformada en Marcela, una bella terrestre, y la tripulación de la Nao "Ariadna " que la acompañaba, los saludarían como si nunca los hubiesen visto, y a su vez, uno de los Mamos, el más anciano, con una sonrisa y en medio de la penumbra de la atmosfera mágica de la Kankurua de Makuoro, les diría como desde tiempos inmemoriales, desde siempre, ya les habría dicho:
“Ven tú, mujer viajera de las estrellas”. “Ven conmigo también”.
“Ven para que sepas como son realmente las Ruedas del Tiempo en las que gira toda la realidad del Universo. “Ven para contarte, como son”.
“¿Dónde estabas perdida hermanita mía?” “¿Cómo supiste a donde venir?”
Marcela apenas sonrió. "Yo no vine". “Tú me trajiste” le respondió.
“Yo no te he traído”. “Yo más bien te quiero llevar”. le dijo el anciano Mamo. “Ven y te cuento”. Concluyó.
Luego el Mamo miraría de soslayo hacia el resto de la tripulación que la acompañaba y les dijo: ¡"Vengan ustedes también”!
“Vengan y les cuento a todos, como son las Ruedas del Tiempo” al interior de la Línea Negra del Círculo de Pensamiento del Corazón del Mundo".
“Vengan, como desde siempre, una y otra vez han venido, y les cuento” ...
“Les cuento a todos como es su principio, pero también como es, o seria si así lo desean, su final”.
“Un final que siempre, siempre, solo sería un mejor y nuevo comienzo” …
Sharamatuna, equinoccio de primavera del año 2024.
(1). - El desfase del tiempo al interior del círculo de pensamiento del Corazón del Mundo cuando se traspasa la Línea Negra, es una realidad. Lo puede percibir cualquier persona que con mucha atención observe primero como transcurren el tiempo y los acontecimientos estando un día entero en la ciudad cercana de Barranquilla, y ese mismo día, sin perder esa misma atención, después se desplace a Santa Marta. Al hacerlo puede sentir claramente la desaceleración del tiempo en la medida en que avance por la via al interior del borde de la Línea Negra, y se acerque a la influencia gravitatoria de la masa de la Sierra Nevada de Santa Marta.
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