Arquitectura.

Arquitectura.

Por: Rafael Gómez LLinás. 


Hace trescientos mil años, en el amanecer fragoroso de la humanidad, y tal como bien lo dijera el escritor Eduardo Galeano, “la mujer y el hombre se dijeron las primeras palabras y así, creyeron que podían entenderse”.  

Y la palabra, traería guardada en su sonoridad y significado una conciencia de diferencia e individualidad de la que brotaría entre otros muchos milagros, aquel momento en el que a un primer hombre se le ocurriera la idea de tirar una cerca y decir: “Esto es mío”.  

Y así, el hombre dejaría de andar sobre senderos sin huellas solo con rastros de refugios efímeros, repasaría su vida una y otra vez sobre espacios iguales mientras miraba siempre los mismos paisajes, y para sobrevivir, se agruparía en un mismo alinderamiento geográfico, aparecerían los primeros refugios y viviendas estables y con estos el surco imborrable de caminos y vías, nacería el intercambio y la ventaja, olvidarían para siempre su memoria de cazadores andantes y recolectores furtivos en bosques y praderas de propiedad todavía de hacedores de fuegos y luces del cielo, erupciones volcánicas, potencias telúricas y furias de vientos y mares, desatados en una inmensidad avasalladora y desconocida convertidas por ellos en dioses y por eso temidas, dándole paso a espacios y altares para suplicar reverentes a lo superior por la gracia de esquivar su castigo.

Y mucho antes de que aparecieran en el horizonte de su existencia los pensadores, palabreros y poetas; los creadores de sueños, los contadores de estrellas y de monedas; los artistas de piedra y de lienzo; los mercaderes, pastores, pescadores, sembradores y los artesanos; los arregladores de entuertos, los curanderos, alquimistas y brujas; los demandantes de justicia, los guerreros, héroes, villanos, y los navegantes de mares de altura; los recaudadores, prestamistas, usureros, reyes, ministros, curas, cortesanas, rameras y políticos, y las y los proveedores de toda clase de felicidad y también de amarguras, desde esa distancia borrosa y perdida de 300 mil años, todos aquellos primeros refugios, caminos y espacios anticipándose a sí mismos, trazarían desde ese fondo las primeras pinceladas de los rudimentos de lo que hoy conocemos como Arquitectura y Urbanismo, sobre el largo lienzo del tiempo de la civilización humana. 

No ha habido raza, pueblo, ni imperio, que no haya crecido y perdurado en el tiempo con la ebullición expansiva de la impronta y memoria de su arquitectura. Y ahí están. Y permanecerán para siempre. 


Su vestigio está íntimamente ligado a la naturaleza y destino del hombre, en tanto que espacio, tiempo, masa, dimensión, distancia, ubicación, incertidumbre y la realidad y belleza toda del universo, son parte indivisible y consustancial con el mismo ser humano y por tanto de esas expresiones arraigadas en sí mismo que llamamos Arquitectura, Arte, Urbanismo, como manifestaciones de su andar en la vida y sentires, de sus espacios, vías, movimientos, viviendas, poblados y urbes, que surgen desde las propias entrañas de esa grande alma, la creación. 

Manifestaciones que acompañan nuestra memoria genética y límbica más antigua y profunda desde mucho antes de que siendo casi unos monos, nos paráramos en dos patas hace cuatro millones de años y fuésemos apenas solo una ínfima parte de la idea de ese "Gran Arquitecto" que pensó el universo, y nos dispuso como consortes con su primer sonido: Con el verbo, su primera palabra, esa energía vibrante origen del universo, y su frecuencia oscilante que le da forma, estructura y movimiento: La Vida. Con el "Gran Diseño", esa intención y destino contenidos de principio a final desde el Big Bang su primer momento y aún desde antes, tal como lo vislumbrara y formulara Stephen W. Hawking con claridad meridiana.

Y lo fueron, lo son, lo somos, desde muchísimo antes.



Sharamatuna, ya casi sobre el equinoccio de invierno del 2024


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