Santa Marta, 500 Años de Luz, Memoria... y Aluna
Santa Marta, 500 Años de Luz, Memoria... y Aluna
Por. Rafael Gómez Llinás
Cuando en julio de 1499 Alonso de Ojeda, en compañía del gran navegante Américo Vespucio, al mando de unas naves invasoras, aquellos extraños galeones que, como salidos de otro tiempo, cruzaron a babor el Caribe tras sobrepasar las latitudes del rosario de islas de Barlovento, con rumbo, sin saberlo todavía, al Corazón del Mundo, inexplicablemente, en ese mismo momento, sobre unas viejas terrazas de piedra, un anciano Mamo Tayrona profetizaba sobre el cúmulo de acontecimientos que habrían de sucederles a las gentes de estas tierras, el día en que aparecieran en el horizonte rojo fuego de la bahía, esas mismas Naos con las velas desplegadas, más grandes que las casas ceremoniales.
Habló de hombres nuevos, metálicos, montados sobre bestias nunca vistas, con varas que retumbaban más altas que el trueno y con hojas brillantes como el sol que cortaban de un tajo el pensamiento, la carne y las ideas.
Habló y profetizó, sobre una raza de hombres que construirían sus casas como encaramadas sobre las copas de los árboles, que olvidarían el arrullo mañanero de las aves, el significado del susurro del viento y por último sin haberlos aprendido todavía, los cuatro nombres precisos del atardecer.
Así, de las entrañas de esa profecía hablada al viento por el anciano Mamo Tayrona, Santa Marta, la Perla del Caribe, nació entre el canto del mar y el susurro eterno de la Sierra Nevada. Fundada el 29 de julio de 1525 por el Sevillano Trianero Rodrigo de Bastidas quien anticipándose a su destino, en 1502 siguió los pasos de Juan de la Cosa y llegó a su bahía asomándose a la que sería después la primera ventana al alma de un continente que ya palpitaba entre el verde apretado de su vegetación, sus aguas infinitas precipitadas desde la nevada y la sabiduría ancestral de los Mamos Tayronas.
Antes de la palabra escrita, ya existía el pensamiento sembrado. En estos territorios sagrados, los pueblos originarios: Kogui, Arhuaco, Wiwa y Kankuamo, y en las tierras planas circundantes, los Wayuu, Tagangas y Chimilas, tejieron la vida a través de Aluna, el pensamiento puro que da origen a toda forma y destino. Desde la montaña hasta el mar, el universo se soñaba antes de ser, y Santa Marta fue parte de ese sueño primero.
La ciudad creció al borde del Círculo Sagrado de la Línea Negra, esa geografía espiritual que abraza la Sierra Nevada de Santa Marta, el Corazón del Mundo. Allí, donde los Mamos aún dialogan con las estrellas, los ríos, y las piedras guiados por el Morro de la bahía, esa aguja de un gigantesco reloj solar que determina por la posición del sol en los eclipses los tiempos de comienzos y de finales, se sostiene el equilibrio del planeta a través del pensamiento, el cuidado y la memoria viva.
Con la llegada del conquistador vinieron la codicia por el oro, la espada y la cruz. Hubo fractura, sí, pero también verdadera fusión. Santa Marta resistió piratas, saqueos, abandonos, terremoto e incendios. Fue testigo del último suspiro del Libertador Simón Bolívar, quien a la sombra de los tamarindos y ceibas de San Pedro Alejandrino se despidió de su prima Fanny con la que fuera su última y más sentida carta de amor: “Me tocó Fanny, la misión del relámpago: rasgar un instante las tinieblas, fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderse en el vacío”. Un sentido adiós, sin saber que en vez del destino del relámpago en el vacío, estaba a punto de abordar la inmortalidad. Fue también cuna de silenciosos guardianes, de pescadores, poetas, y abuelas que arrullan la historia como si fuera un canto.
A lo largo de cinco siglos, la ciudad ha sabido renacer como el sol lo hace a diario sobre El Rodadero o en el oro líquido de los atardeceres en su bahía, o Taganga. Hoy, Santa Marta celebra 500 años de ser puente entre mundos: lo ancestral y lo mestizo, la tierra y el espíritu, el mar y la montaña.
Porque Santa Marta no solo es historia: es Aluna, es memoria viva, es frontera sagrada entre lo visible y lo invisible. Cinco siglos después, sigue viva, con la brisa del Caribe en el alma y la mirada fija en el horizonte de su bahía, la más bella de América.
Porque esta ciudad no se cuenta solo con fechas:
se canta, se vive, se siente, y se sueña.
Santa Marta, julio 29 de 2025, 500 años después...
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