6 de Diciembre de 1928.
(Fragmento de: “FLORENCE”)
Por: Rafael Gómez Llinás
Aquella mañana del 4 de diciembre de 1928, mientras Florence le contaba a Leopoldo Corbacho la causa de su despecho, en la mesa de al lado, Raúl Eduardo Mahecha, Erasmo Coronell, Pedro del Rio, Bernardino Guerrero y Nicanor Serrano, habían estado debatiendo sobre el destino de la huelga que había estallado desde el 28 de noviembre. Eran los lideres de los trabajadores de la United Fruit Company y habían ordenado a los huelguistas reunirse en la plaza de la estación del ferrocarril de Ciénaga al día siguiente, para acudir a una convocatoria del gobierno de Miguel Abadía Méndez con la promesa de la asistencia del Gobernador del Magdalena, para encontrarle al conflicto una solución.
La mirada de Florence se cruzó por un instante con la de Raúl Eduardo Mahecha el líder de la huelga. Pero eso sería suficiente para que ella pudiese ver en sus ojos la desesperanza y desolación de un hombre que había entregado toda su vida a la lucha de los más desposeídos sin ninguna retribución ni resultados definitivos. Por un momento esa mirada suplicante le hizo sentir un leve estremecimiento de compasión y solidaridad, mezclados con una extraña sensación de cariño fraternal.
Esa sensación de inexplicable afecto de Florence que aflorara por la mirada preocupada de ese hombre, tal vez fue el detonante insospechado de una chispa que desataría sin saberlo, el comienzo de su conexión con los hilos del desenlace en el tiempo de los acontecimientos por venir en esos cinco definitivos días del cuatro al ocho de diciembre de 1928 en Sharamatuna, urdidos en una sola trama que incluiría en una de sus puntadas en alto relieve, el descuido de un alto funcionario de la embajada Americana que aturdido por el alcohol, olvidara en uno de los aposentos del burdel de la madame Papindó, unos documentos que fueron encontrados por Florence.
Era un extenso dossier de una investigación hecha para el gobierno americano que describía con detallada exactitud la verdad de los hechos completos de lo sucedido en esos aciagos días de la masacre de los trabajadores huelguistas de las plantaciones. Documentos que por supuesto eran secretos y por ningún motivo se darían a conocer. Y que, además, el gobierno de Abadía Méndez por la urgente conveniencia de su permanencia en el gobierno también negaba su existencia por doquier.
Estos terribles hechos posteriormente y para siempre serian llamados como la “Masacre de las Bananeras”.
Las normas del burdel obligaban a las “Madeimoselles” entregar a la Florecita el conserje de la casa para resguardarlas en el bar, las pertenencias olvidadas de los clientes durante al menos por tres meses para darles la oportunidad de recuperarlas. Además, un gringo extraño, que apareciera de repente en Sharamatuna, haciendo preguntas raras, tomando declaraciones y haciendo anotaciones, era un hecho que no pasaba desapercibido en un pueblo pequeño como ese.
De tal manera que todo eso de su llegada y lo que hacía, ya había sido escuchado entre las paredes con oídos del burdel, y Florence ya era sabida que día había llegado, en que hotel se alojaba, el trago que le gustaba, sus preferencias sexuales, y hasta sus horarios de salida y de llegada. Y, fácilmente ese mismo día se los habría podido devolver. Pero no fue así.
Florence cuando encontró esos documentos se daría cuenta inmediatamente que los leyó, lo que eso significaba. Y guiada por su intuición los guardaría para sí, ocultos en el fondo del baúl de su lencería y ropa interior.
Exactamente nueve meses después cuando un joven político de la capital llegara haciendo las mismas preguntas y recorriendo los mismos sitios a los que fuera aquel visitante americano, Florence comprendería inmediatamente el significado de la mirada desvalida y suplicante de Raúl Eduardo Mahecha, aquella mañana del 4 de diciembre en la trastienda del café Tulita.
Guiada por el recuerdo de esa súplica muda envuelta en el clima cómplice de esa mirada, tomaría la decisión irrevocable y sin demoras de entregárselos a ese novel líder Liberal. Se daría cuenta en ese momento entonces, de qué lado estaba y estaría ella siempre.
Esta completa investigación perdida entre las sábanas mojadas de sudor y fluidos corporales en el burdel de la madame Papindó, rescatadas por Florence para la historia, le permitieron hacer a ese joven parlamentario el más memorable debate del que se tenga historia en el congreso de Colombia.
Le serviría para convertirse en una figura que partiría en dos la historia de la Nación al acabar con la llamada hegemonía conservadora en el poder, cuando la denuncia de esos hechos creara nuevos espacios de cambio en esta republiqueta de falsa democracia consumida por la estrechez de oportunidades, la corrupción y la ausencia de justicia social.
Después del cruce de esa mirada cómplice con Florence, Raúl Eduardo Mahecha retomaría nuevamente la conversación. Les diría a sus compañeros que todo ese inesperado llamado del gobierno para una negociación, era un alivio para los huelguistas que no habían recibido sino desprecios y amenazas, y de la United ninguna clase de respuesta. Estaba decidido. Acudirían a la estación.
Y ni las advertencias de Florence que hacía unos meses atrás le había hecho a Raúl Eduardo Mahecha a quien la lectura del tarot le marcaba caída y destrucción en las cartas mayores con la aparición repetitiva de “la torre fulminada” de la carta 16 o de la “Fragilidad”, o del aviso de peligro que le hiciera también a Erasmo Coronell a quien le salían muchos “enemigos ocultos al acecho” con la carta 18 o del “Crepúsculo”, los pudo persuadir.
Esa misma noche del 4 de diciembre, ya tarde, una de las “Madeimoselles” de la casa se le acercó y le dijo: ¡Florence escucha! ¡Acabo de despachar liviano al señor gobernador! ¡Está borracho y me dijo que ya no iría a Ciénaga ni hoy ni mañana ni nunca! Que se había devuelto de la estación de Pozos Colorados porque unos prestantes señores Cienagueros dueños de fincas con intereses en la United, le habían dicho con engaño que lo de la huelga ya se había resuelto. ¡pero que él después había descubierto que sí se iría a realizar esa concentración de los huelguistas. ¡Pero que eso era una farsa urdida por el gobierno para llevarlos a la plaza ferroviaria de Ciénaga y obligarlos después a plomo limpio si fuese necesario, a disolver la protesta!
¡Me dijo además que el presidente Abadía Méndez se habría plegado al gobierno de los Estados Unidos porque lo amenazaron con intervenir militarmente a Colombia y además con denunciar su responsabilidad directa en actos de corrupción de su gobierno, si no solucionada como fuera la huelga y se aseguraban por encima de todo, los intereses de la United, que eran los mismos del gobierno americano! ¡Diles a tus amigos que no vayan allá! ¡Que eso es una encerrona! ¡Y que si asisten a eso, los van a matar!
Florence sentiría un raro estremecimiento. Sin responderle siquiera se encerró en sus aposentos y rápidamente sacaría las cartas de su Tarot Egipcio. Les pediría a los maestros de la Logia Blanca que la guiaran y le preguntó a la sábana del destino en ese Tarot, sobre el desenlace de la huelga de los trabajadores de las bananeras. Sacaría una sola carta y al voltearla, aparecería ante sus ojos el fatídico número 13: ¡La Muerte! diría Florence para sí, aguantando la respiración. Ya no albergaba ninguna duda de lo que iba a suceder y esa noche no pudo conciliar el sueño.
La mañana del 5 de diciembre de 1928, Florence trataría de enviarle una advertencia con un mensajero a Raúl Eduardo Mahecha, pero habían cancelado la salida del tren hacia la zona bananera. Fue a la plaza a contratar un carro para ir ella misma y nadie quiso llevarla. Buscó un transporte público e igual estaban suspendidos los viajes. Hasta la oficina del telégrafo estaba cerrada. Todos tenían la sensación de que algo muy malo iba a suceder en Ciénaga ese día o al día siguiente, y nadie quería ir. Florence se daría cuenta de inmediato que las cartas no se equivocaban y que la suerte ya estaba echada. Y que el destino ya marcado por la fatalidad seguía inexorablemente su camino.
Triste, impotente, asustada por todo esto, se encerraría en sus aposentos y no saldría ni siquiera a la hora del almuerzo. Así, en esa zozobra, muy preocupada pasó la tarde, y ya en la noche no podría conciliar el sueño.
Exactamente a la una y treinta de la madrugada de ese 6 de diciembre de 1928, Florence sintió que algo le apretaba el corazón en el lugar más recóndito de sus sentimientos y comprendió que ya todo había sucedido. Rápidamente extendió el Tarot, y sobre la carta número 13 o de “la Muerte” que una y otra vez no dejaba de estar siempre presente, logró ver claramente la mano del verdugo, la del infame general conservador Carlos Cortes Vargas, cuando de repente daba la orden de disparar.
Sintió sobre su corazón el pulso del tableteo aterrador de la metralla, al mismo tiempo que de repente se remontaba más de veinte generaciones en el pasado hasta ver aparecer como flotando sobre las figuritas de colores de las cartas del Tarot, otra vez el galope pavoroso, destructor, de aquellos hombres desconocidos, metálicos, montados sobre bestias nunca vistas, con varas que retumbaban más alto que el trueno y hojas brillantes como el sol que cegaban de un tajo en nombre de la corona y de la cruz, la vida, el pensamiento y las ideas, en aquel “primer encuentro”.
Y luego vería como esa caravana de la muerte se iría transformando como un camaleón infernal, en la interminable hilera de un “tren con cientos de vagones que partiría ese día amparado por la complicidad de la noche de la estación de Ciénaga, con miles de cadáveres de los trabajadores de las bananeras para arrojarlos al mar”
Después, vería en esas cartas como desfilaban ante sus ojos, cientos de masacres y asesinatos selectivos y de una guerra sin final; el bombardeo estúpido ordenado por un presidente beodo, godo y reaccionario sobre setenta y dos familias insurgentes de origen liberal, que lo único que querian era tener una vida digna y una oportunidad sobre la tierra, para lo que pedían una tierrita, una vaquita, unas gallinitas, una escuelita y una vía para sacar sus productos, cuya negativa provocaría una guerra cruel que duraría más de setenta años; el despojo de 10 millones de hectáreas de tierras y el desplazamiento a sangre y fuego de casi ocho millones de campesinos indefensos perpetrado por ejércitos mercenarios con la complicidad y beneplácito de un gobierno al servicio de terratenientes y empresarios codiciosos y corruptos; la desaparición de todo un partido político porque los asesinaron uno a uno en un número superior a los seis mil; la ejecución de lideres progresistas y los crímenes casi seguidos de varios candidatos presidenciales de una misma o parecida estirpe política; también con mucha claridad, vería la ignominia del fusilamiento para justificar unos resultados en una guerra que nunca irían a ganar, de más de seis mil cuatrocientos dos jóvenes inocentes que lo único que anhelaban era trabajar.
Seria testigo en la interpretación de esas cartas, del dominio de una élite reaccionaria, excluyente, egoísta, codiciosa, voraz, aurívora, con una concepción feudal y patrimonial de la patria, y de toda una clase política corrupta hasta la médula que solo pensaban en su propio beneficio.
Vería incrédula a un país, único en el mundo, en el que una mayoría por ignorancia supina o carencia absoluta de empatía social, y algunos otros por la perversa conveniencia de perpetuar una guerra inútil para mantenerse en el poder y eternizar su corrupción, estarían en contra de lograr una paz que tanto necesitaban, y por primera vez en su vida sentiría mucho miedo y la triste sensación de estar en el lugar que no le correspondía
Quiso entonces salir corriendo hasta el muelle para tomar el primer barco de ocasión que la llevara de vuelta a Marsella, para irse luego por esa vía hasta Saint Remy D´ Provence su pueblo natal en Francia, acunarse en el regazo de su madre, pedirle mil veces perdón, y llorar durante varios días.
De pronto así lo hizo.
Sharamatuna, 97 años después.

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