El Patio de la Parra (Fragmento)
El Patio de la Parra
Fragmento
(pág. 106 a la 115, de un total de 165 del Patio de la Parra)
Por: Rafael Gómez LLinás.
¡Estoy listo! Le dijo Ankimako a Jaime que hacía las veces de moderador. Y Alfredo, replicó: ¡Yo quiero hablar primero! Jaime descomplicado como siempre, le dijo a Alfredo: Bueeno, adelante… ¡Comienza!...
Alfredo ese día cabalgaría como lo había hecho desde siempre, sobre las explicaciones del mundo astral, sobre la reencarnación, acerca de su concepción humanizada del universo, y sobre ese extraño concepto cósmico del “anillo no se pasa” que pareciera ser mas bien, sin que él todavía ni siquiera lo sospechara, una descripción muy intuitiva, incipiente y adelantada, del concepto del horizonte de sucesos de los agujeros negros y su frontera de efectos gravitacionales: La única ruta posible (hasta ese momento) hacia los estados todavía desconocidos de una dimensión infranqueable, portal de entrada y a la vez de salida de ese momento del primer estallido de energía creadora y su expansión hacia algún incipiente espacio- tiempo en nuestro universo, o en sentido contrario, hacia algún otro, o tal vez hacia otros universos.
También como siempre, Alfredo se refirió al enigmático estado de Ginas: Entrar físicamente, a la cuarta coordenada espacio temporal o mundo Astral. Sin saberlo, con esto ultimo que expresaría, también se adelantaría varias decenas de años al sentido conceptual del Metaverso de Mark Zuckerberg, y tal vez muchos miles de años al curso de la evolución de inimaginables universos virtuales, que desembocarían en una realidad de espacios dentro de otros espacios y tiempos, en donde vidas enteras se podrían vivir en una “realidad” alterna, al interior de los intersticios temporales abiertos y cocreados bajo esa premisa, dentro del espacio-tiempo de toda una avanzada civilización que existiría en una galaxia lejana, y en un tiempo muy, muy distante en el futuro.
Y fue tal la fuerza y la convicción de Alfredo cuando se refirió al concepto de esos estados de Ginas, o realidades dentro de otras realidades, que su palabra resonaría con fuerza en todos los tiempos. Su consciencia, mas no su recuerdo, porque todo se le reduciría a un leve “deja vu”, ese estado denominado por la ciencia como “familiaridad de Gestalt”, y se asomaría al interior de una de las tantas Ruedas del Tiempo, esas gigantescas y potentes ondas gravitacionales que al expandirse dilatadas en el espacio-tiempo al interior y a través de vastas regiones del universo, urdirían en la sabana de la consciencia hiladas enteras de historias en común con muchas civilizaciones y tocarían y juntarían muchos lugares, muchas situaciones, vidas y similitudes, calcadas de ese primigenio y fantástico estado de presencia física al interior de la llamada cuarta coordenada espacio temporal.
La resonancia de ese pensamiento y su palabra, se aferrarían entonces, al hilo evolutivo de ese Metaverso y más allá, cuando dejara de ser solo un mundo virtual por fuera de una vivencia física, y se convirtiera en la de un mundo real. O, en la de otro mundo real en alguna otra dimensión del espacio- tiempo.
Pudo Alfredo ver así, por un momento, y por supuesto sin recordarlo después, el rastro de una de las vivencias de Radha, una mujer de otro tiempo. Uno muy lejano y en otras latitudes galanticas, cuando ella misma caminara distraída sobre una enorme plaza, un gigantesco Campo Unificado Urbano, y se sumergiera en esos espacios de otras realidades, que Alfredo intuitiva e incipientemente llamara los estados de Ginas, en ese intersticio de tiempo diferente abierto con ese propósito al interior de otra de las líneas espacio temporales de su propia vida.
Y así, en un ínfimo Aleph de tiempo, aunque solo por un imperceptible momento, y tal como se describirá aquí, la mente de Alfred D’Saint Chezcott resonaría acompasado en un tiempo indefinible con la vivencia de Radha, una bella mujer de las estrellas. Y en ese solo instante, que después no seria recordado por él, de repente se vería a si mismo desde un espacio también indefinido, como espectador de un extraño acontecimiento: Observaría claramente a Radha caminando distraída sobre la inmensa plaza de plasma iridiscente y multicolor.
Estaba tan abstraída, que el colosal espacio urbano por el que transitaba, pasaba desapercibido para ella. Su vestimenta, elaborada con nano filamentos de grafeno, cegadoramente blanca y ceñida a la piel de su cuerpo como otra piel, hacia destacar la mezcla genética de su altura, su porte, la pigmentación nórdica de su piel, sus facciones, sus ojos grandes y de un azul profundo, su espesa cabellera rubia de valkiria, amalgamada con la exquisita armonía provocadora de las curvas afro caribeñas de su cuerpo. Era realmente bella.
Esa enorme plaza de forma circular confinada por una especie de anillo, una "Línea Negra", difusa, etérea, como una especie de fino y apenas perceptible halo de energía de unos 450 metros de diámetro, pareciera tener vida. Su piso si así pudiera llamársele, se movía lentamente y se recomponía continuamente durante las 24 horas del día, en diferentes figuras, colores y formas. A veces eran unas gigantescas ondas que se entrelazaban en una trama de energía multicolor, una "Luz liquida" que tejía continuamente una malla semejante a la llamada "Red de Joyas de Indra" o tal vez a aquel "mapa trenzado" de los hermanos mayores como bien llamaban ellos a sus más remotos ascendientes conocidos.
Estas formas aumentaban y disminuían de tamaño, colores, tonalidades y texturas y otras veces como ahora, se mostraban como una inmensa espiral de energía que se movía horizontalmente en el sentido de las manecillas del reloj, como la réplica de una galaxia espiral vista desde la distancia de no pocos millones de años luz; lenta, armoniosa y armada por varias ramas espirales logarítmicas ascendentes, con una pendiente perfecta de 12 grados, que como la espiral de la vida, crecían con una clara disposición filotaxis. Seguían, el factor de la proporción Aurea, y se movían creciendo con exactitud, en el orden de la secuencia de Fibonacci.
Caminar sobre ese gigantesco espacio urbano, era a veces como hacerlo encima del cúmulo de la masa movediza de un huracán, o como esta vez, sobre una pequeña galaxia, brillante, multicolor, con millones de estrellas, sistemas de planetas y gases galácticos. Su luminosidad y colores subían o bajaban en intensidad de acuerdo con la carga emocional de los transeúntes, sus situaciones y actividades, y la cantidad de personas que la ocuparan. Ese colosal espacio sin duda alguna parecía, o realmente, tenia vida.
Radha distraída no notó en principio las decenas de personas que en un instante, aparecían y desaparecían como luciérnagas en la oscuridad de la noche, a lo largo y ancho de esa enorme plaza.
Ese extraño fenómeno se debía a que cuando transitaban sobre ella lo único que tenían que hacer, era entrar en un estado de "ausencia de pensamiento y profunda conciencia de si" y luego en esa calma de la mente, imaginar algún lugar, alguna situación, vivencia o historia, y en un instante, si así lo deseaban, quedaban sumergidos en ella.
Se "borraban" de la realidad común. Desear algo al borde o encima de ese campo unificado de energías como lo era realmente ese espacio urbano, los "desaparecía” de la realidad común y conocida del planeta, llevándolos en un instante hacia vastas regiones y realidades que en principio fueron virtuales y que después con el paso del tiempo, serian una especie de semi realidad, ubicada en unas coordenadas espacio temporales distintas, en donde se recreaba todo lo deseado y se vivía la historia o la situación escogida por un tiempo muy largo si se quisiera, pero limitado, del que finalmente tenían que regresar, sin siquiera alterar la secuencia cronológica ni el tiempo de la vida de la persona,... ¡y tampoco de la persona que lo observara!
Es decir, se abría un intersticio de tiempo muy largo si así se quisiera, en una mínima fracción de tiempo real. En una exhalación, en un desaparecer-aparecer y de manera inmediata, se podía crear toda una realidad individual duradera, vivir situaciones o permanecer allí por tiempos muy prolongados, ¡y volver en un instante!, por la misma brecha espacio temporal abierta por la influencia de esa poderosa fuente unificada y de potencialidad pura contenida en el extraordinario espacio de esa colosal plaza.
Era ni más ni menos que un enorme "campo unificado" recreado físicamente, en donde confluían todas las leyes de la física al interior de un espacio trascendente, contenedor de todas las realidades posibles, pero visible, tangible y a una escala urbana.
Lo que fue en épocas muy remotas en el planeta Marte, un estado interior de la mente y de la consciencia, al que solo se accedía en estados de éxtasis contemplativos, de meditación profunda y probablemente en el momento de la muerte, se había podido materializar, por medio de una extraordinaria tecnología en donde se sintetizaron en unas escalas dimensionales muy profundas, las cuatro fuerzas fundamentales de la física a expensas del llamado “quinto estado de la materia”, soportadas en el desarrollo de complejas formulaciones matemáticas aplicadas a una soberbia tecnología, y además, sorprendentemente unidas en la misma ecuación supra energética de la espiritualidad.
Era la unión clara, la síntesis perfecta, entre la ciencia y la espiritualidad, que en el fondo no era otra cosa que una forma aplicada de una gran unificación de las leyes de la física, en donde el electromagnetismo, o sea la energía, finalmente se unificaría con la gravedad, esa fuerza de la física que era la gran determinadora de la aglutinación de las masas y de toda la materia en el universo.
Era como encerrar el poder ilimitado de lo no manifiesto, del campo de lo no calificado y trascendente, en una botella tecnológica, para sacar de ella con la intención del pensamiento y sin ningún esfuerzo, a ese poderoso genio de Aladino de la gran unificación de las leyes de la física, que prodigaba con todo lo que a bien se quisiera y se le pidiera sin dudarlo ni un instante, si era acompañada con una clarísima intención del pensamiento..
Se podrían entonces crear así, situaciones e historias de la realidad que fuesen, y vivirlas, con solo desearlo. Era el manejo pleno y a conveniencia de las poderosas energías primigenias de Universo. De su esencia. Era ni más ni menos como aproximarse realmente, a la presencia y al poder de Dios mismo.
Era ese, en una extrapolación de muchísimo tiempo y en una civilización tecnológicamente y espiritualmente muy avanzada, ni más ni menos que el símil del enigmático estado llamado de “Gimas”, al que muy atrás en el abismo ya perdido en el pasado del tiempo, se referiría Alfred D’ Saint Chezcott.
Y hasta ahí, hasta el momento de ese deja vu de Alfredo que se amarraría con uno entre los muchos hilos de una de sus tantas y tantas vidas, que a su vez se soltaran dentro de ese torbellino de disolución, recordaría Zulema.
Y fue una lastima porque de haber podido seguir recordando, habría recreado completa hasta su destino final, toda la evolución y el resultado de esa especie de estado de “Ginas” al que accedían Radha y los habitantes de ese planeta distante en la galaxia, en un tiempo muy lejano en el futuro, cuando caminaran con esa intención sobre aquella gigantesca plaza multicolor que pareciera tener vida. Sobre ese poderoso “Campo Unificado” urbano.
Si a Zulema le hubiese alcanzado el aire de sus recuerdos para ir más allá, mucho más allá de ese momento, podría haber visto la ruta completa de todas sus vivencias, sobre todo la de aquellas depositadas en el más recóndito fondo de las infinitas recurrencias de la rueda de Samsãra de su propio pensamiento-vida.
Y como si se hubiese embarcado en una cápsula del tiempo y junto con ella, o más bien aferrados a ella, recorriésemos la historia y destino de la humanidad, que como toda la expansión del universo desde siempre y completa ha estado escrita en el mural atemporal de la consciencia, desde su nacimiento en la lejanía de ese punto en la nada con su apertura pirotécnica en la que posteriormente se consolidarían espacios, galaxias, estrellas, planetas, energía y la vida misma, hasta su final en la entropía de disolución en la noche oscura en ese mismo enigmático punto perdido en lo inexistente, y que antes, mucho antes de eso, nos detuviésemos en aquel momento mágico en el que Galileo modificara su viejo telescopio y por primera vez ser humano alguno pudiese ver con asombro las siluetas completas y claras de las montañas de la Luna, y desde allí, nos fuésemos con Zulema a borde de esa nave imaginaria en un recorrido fantástico de 400 años hacia el futuro, hasta llegar al momento en que apareciera en el lente del telescopio Hubble la visión deslumbrante de la nebulosa “Cabeza del Caballo” a 1500 años luz de la tierra, o después, hacia el mismísimo fondo del universo a trece mil millones de años enfocados en este tiempo presente con colorida y extrema precisión por ese otro símil evolutivo del lente de Galileo, el sofisticado telescopio espacial James Webb, y que además, pudiésemos juntar entre si todos los momentos de esas distantes observaciones astronómicas, para luego, en otra extrapolación de tiempos y de correspondencias, a su vez, los uniésemos en una costura temporal con sus pares descendientes en una línea epigenética de hallazgos de tesoros científicos, y en una de ellas, a otros 1000 años hacia las alturas de un lejano futuro, pudiésemos vislumbrar en esos difusos extremos, no solamente un rasguño en la vida de Radha esa bella mujer de las estrellas cuando como en una evocación poética, respirara el aire de esas realidades dentro de otras realidades en esos tiempos lejanos, los que por un momento, resonaran como un imperceptible deja vú con la palabra y el pensamiento de Alfredo, sino que fuésemos más allá, mucho más allá, casi hasta el final de los finales posibles de todas las vidas de Zulema, y constatáramos con asombro, que no solamente se podría acceder a esos intersticios fractales en el espacio tiempo, sino que además, seria posible quedarse en esas otras dimensiones de un estado de felicidad absoluta llamado Paraíso o del Edén, y para siempre.
Si esto hubiese sido así, Zulema tal vez habría vislumbrado el destino final de un viaje infinito en el que los seres humanos alimentados por su connatural inconformidad, por su ansiedad de saber sobre un futuro incierto y desconocido, siempre imaginarían ir más allá de la ultima frontera alcanzada en su carrera por un mejor vivir, conocer y mejorar, guiados en su alargada peregrinación por el cosmos por esa, su eterna búsqueda de la felicidad.
Y tal vez Zulema, habría visto y vivido por fin, el supremo momento de la entrada para siempre de los humanos al Paraíso: el Edén: ese mítico e inalcanzable estado de eterna felicidad.
Pero antes de ese momento supremo, también se habría visto a si misma, como parte de esa misma civilización y de esa misma comuna de hábitats en el planeta Marte, de la que hacia parte Radha esa mujer de las estrellas. Y como habitantes ambas de ese planeta lejano, se vería a si misma cuando muchas veces ingresara como lo también lo hiciera Radha, por ese campo Unificado Urbano al interior de ese prodigioso estado de Ginas.
Sharamatuna, octubre 9 del año 2022.
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