6 de Diciembre de 1928.

6 de Diciembre de 1928.

Por: Rafael Gómez LLinás.

...Triste, impotente, asustada, Florence se encerró en su aposento en el burdel y no salió ni siquiera a la hora del almuerzo, estremecida por lo que le había escuchado entre sus enaguas en medio de las pausas del tire y jale de la noche anterior, a su mejor cliente el señor gobernador.
Le  habia dicho que no iba a ir Ciénaga como se decía ni  mañana ni nunca. Que eso de la reunión con los huelguistas era una farsa del gobierno central, para llevarlos a la plaza de la estación del ferrocarril y obligarlos a plomo limpió a disolver la protesta. Le dijo ademas que el presidente se había  plegado al gobierno de los Estados Unidos, porque lo amenazaron con intervenir militarmente a Colombia si no se solucionaba la huelga y se aseguraran por encima de todo, los intereses Americanos.
Así, con esa zozobra, muy preocupada, pasó la tarde. Ya en la noche y sin animo para trabajar, no podía conciliar el sueño.  A la una y treinta de la madrugada de ese 6 de diciembre de 1928, sintió que algo le apretaba el corazón en el lugar más recóndito de sus sentimientos y comprendió que en ese momento todo lo que habia escuchado ya había sucedido.
Rápidamente extendió varias veces sobre su cama un ya desgastado por el uso Tarot Egipcio, y sobre la carta 13, la de “la Muerte”, que no dejaba de estar siempre presente, logro ver transparentada sobre ella la mano huesuda  del verdugo, el infame general conservador Carlos Cortes Vargas, cuando de repente daba la orden de disparar sin compasión durante 27 eternos minutos,  por orden de segunda mano del presidente de Colombia Miguel Abadía Mendez, muñeco de ventrílocuo conveniente de la United Fruit Company su verdadero determinador, sobre los huelguistas de las bananeras reunidos y encerrados con perfidia en la plaza de la estación del ferrocarril de Ciénaga.
Sintió sobre su corazón el pulso del tableteo aterrador de la metralla, al mismo tiempo que con la visión de su pensamiento, se remontaba doscientas generaciones en el pasado, hasta ver aparecer como flotando sobre las figuritas de colores de las cartas del Tarot, otra vez el galope pavoroso, destructor, de aquellos hombres desconocidos, metálicos, montados sobre bestias nunca vistas, con varas que retumbaban más alto que el trueno y hojas brillantes como el sol, que cegaban de un tajo en nombre de la corona y de la cruz, la vida, el pensamiento y las ideas, en aquel “primer encuentro”.
Luego vería como esa caravana de la muerte, se iría transformando como una especie de camaleón infernal, en la aparición de la interminable hilera de aquel “tren con cientos de vagones que partió ese día amparado por la complicidad de la noche de la estación de Ciénaga, con miles de cadáveres de los trabajadores de las bananeras para arrojarlos al mar”.
Después vería en esas mismas cartas, como desfilaban en una exhalación ante sus ojos, cientos de masacres y asesinatos selectivos y una guerra que duró mas de  mil días; el bombardeo estúpido sobre setenta y dos familias insurgentes de origen Liberal, que lo único que pedían era tener una vida digna y una oportunidad sobre la tierra, cuya consecuencia fue una guerra fratricida y cruel que duraría más de sesenta años; el despojo de tierras y el desplazamiento a sangre y fuego, de ocho  millones de campesinos indefensos perpetrado por ejércitos mercenarios con la complicidad y el beneplácito del alto gobierno, y al servicio de terratenientes y empresarios ambiciosos y corruptos;  la desaparición de todo un partido político porque por pensar diferente,  los asesinaron uno tras otro en un numero de cinco mil; la ejecución de lideres progresistas y los crímenes casi seguidos de varios candidatos presidenciales de una misma estirpe política;  la ignominia del fusilamiento para justificar resultados de una guerra que nunca irían a ganar, de mas de seis  mil cuatrocientos dos jóvenes inocentes que lo único que querían era trabajar; también el domino de una elite reaccionaria, excluyente, egoísta, aurivora, voraz,  con una concepción feudal y patrimonial de la patria, y a toda una clase política corrupta hasta la medula, que solo pensaban en su propio beneficio.  
Vería incrédula a un país, único en el mundo, en el que una mayoría por ignorancia supina, pobreza espiritual, o carencia absoluta de compromiso y empatía social, y algunos otros por perversa conveniencia, votarían y ganarían, en contra de lograr una paz que tanto necesitaban solo para perpetuar una guerra inútil, y por primera vez en su vida sintió mucho miedo y la triste sensación de estar en un lugar que no le correspondía.
Quiso entonces con desesperación salir corriendo, tomar el primer barco bananero de ocasión que la llevara de vuelta a Marsella, para irse luego por esa vía hasta Saint Remy D’Provence su pueblo natal en Francia, olvidar para siempre el goce escandaloso de las noches de lujuria y placer comprado, en la "mesón de tolerance" de la madame Papindó en la calle de las piedras, acunarse en el regazo de su madre, pedirle mil veces perdón y llorar desconsolada durante varios días.
De pronto lo hizo…



Sharamatuna,  94 años después..

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